El Parque de El Capricho, un tesoro histórico a dos pasos de Valdebebas
1 julio 2011
A sólo 10 minutos de Valdebebas se encuentra uno de los parques históricos con más encanto de Madrid, posiblemente el más fascinante jardín de la capital: se trata de El Capricho, en la Alameda de Osuna. Construido por encargo de la duquesa de Osuna entre 1787 y 1839, su superficie de 14 hectáreas está cuajada de sorpresas. La Casa de la Vieja, el el estanque, la ermita, las fuentes de los Delfines y las Ranas, el Fortín, el Abejero, el Laberinto... la simple enumeración de algunas de sus construcciones y plazuelas nos indica que estamos hablando de un jardín de la época del Romanticismo.
Estos jardines se empezaron a poner de moda a finales del siglo XVIII en las mansiones británicas. La intención era reproducir paisajes naturales, especialmente las campiñas, lagos, bosques... del paisaje inglés, de manera que el ojo no avisado no podría decir que se trataba de jardines artificialmente diseñados. Aquí y allá, y estratégicamente situados como fondos visuales, aparecían templetes clásicos, ruinas góticas, pagodas orientales... pensados para dar una impresión de edificios históricos, pero creados ex profeso como un escenario teatral. Nada era lo que parecía, y un denso bosque con la torre de una iglesia medieval en la lejanía en ocasiones estaba construido como una simple línea de árboles en primer plano, y la torre aislada asomando por detrás como un decorado, sin iglesia ni construcción alguna que justificase su uso.
Esta moda paisajística del jardín inglés se trasladó a las ciudades, en concreto a París, pero con una adaptación importante: en la ciudad no había espacio para extensas campiñas. Las parcelas de dimensiones mucho más acotadas hicieron que todas estas excentricidades, templetes, fondos visuales, lagos... se adaptasen a espacios más reducidos y el resultado es lo que ocurre en el Capricho: un parque en el que a cada paso, a cada giro de la vista, aparece una nueva sorpresa.
Los pabellones y construcciones hablan de las costumbres decadentes y la diversión de la nobleza del siglo XIX. Al salir al jardín, los nobles tenían la necesidad de encontrarse en mitad del campo, sentirse ellos campesinos y artesanos, y jugar a serlo. Así, en el abejero se practicaba la apicultura, y los señores podían jugar a extraer la miel. En la ermita habitaba un ermitaño que no era más que un actor a sueldo disfrazado. Pero no vamos a desvelar más detalles: os animamos a conocer directamente todo esto y más, y a sorprenderos paseando cualquier día por el parque de El Capricho.
